Al igual que Marcelino Camacho, Santiago Carrillo era un rojo peligrosísimo, que siempre estuvo luchando contra los políticos y empresaurios como Dios manda que sólo querían levantar España. Afortunadamente, no consiguió su propósito y España ha sido levantada sin descanso desde 1939. Lo que pasa es que de vez en cuando los rojos como él y los maricones la vuelven a tirar y hay que empezar otra vez, como ahora.
Poco podía esperarse del hijo de un dirigente de UGT de Asturias, donde siempre están dando por culo con huelgas en las minas. Hay que ver la de dinero que se han tenido que gastar los empresaurios mineros en mariconadas de esas de jornadas máximas, prevención de riesgos, vacaciones pagadas y todo eso. Por eso ahora hay pérdidas y los echan a todos, por gilipollas.
Pero en vez de coger la salida fácil en Asturias y ser un honrado minero y ganarse el pan con el sudor de su frente va y se viene a Madrid a estudiar. Típico de los rojazos, que en vez de currar como sus compañeros se ponen a estudiar para ser como los de derechas. Pero como no curraba y su padre menos, porque era sindicalista y ninguno curra, no pudo pagarse el bachillerato y tuvo que ponerse a trabajar en una imprenta. Decía que le hubiera gustado ser ingeniero y construir puentes. Mira tú el rojo, como prefiere los puentes a cruzar los ríos nadando, como los pobres a los que se supone que defendía.
Antes de la República ya estaba trabajando de periodista, por lo que conoció de primera mano la monarquía de Alfonso XIII, la República, la guerra, la extraordinaria placidez dictadura, la transacción transición y la simulación de democracia. Como todos los rojos, a todo supo adaptarse y nunca pasó hambre, por lo que tan malo no sería todo, por mucho que dijera el rojo.
El 6 de noviembre Madrid quedó sitiado y va el tío y ese mismo día se afilia al Partido Comunista, en vez de a la Falange como todo el mundo, demostrando que era un idiota del que ninguna medida lógica y coherente puede esperarse. El día 7 sacó a unos inocentes presos que querían conquistar Madrid por las buenas dando besos en la boca y los fusiló personalmente. Luego siguió fusilando a todo el mundo, desayunando bebés, violando monjas octogenarias y mandando oro a Moscú y así estuvo todo la guerra. Cuando la guerra acabó, en vez de quedarse a esperar el juicio justo e imparcial, con todas las garantías, que hubiera tenido va y se larga al exilio.
Entonces ya tenía una hija, que junto a su madre fue ingresada en un campo de concentración. Como no tenían DNI y los rojos mienten mucho, las autoridades no se dieron cuenta de que eran la compañera y la hija de Carrillo, así que se libraron de un juicio justo, porque seguro que algo habrían hecho. Se escaparon pero su hija murió por una enfermedad contraída en el campo, en el que las condiciones de habitabilidad eran perfectas, pero no se ponía una rebequita por las noches y se puso mala, porque las corrientes de aire de primavera son muy traicioneras.
En el exilio los rojos no tenían subvenciones, así que decidieron ir infiltrando a sus amigos en el Sindicato Vertical, para ver si les podían contratar o darles cursos de formación. Como no le dieron subvenciones, en 1954 ya empezó a escribir artículos pidiendo la reconciliación nacional y casi lo echan del PCE. La reconciliación le daba igual, lo que quería era que le pusieran de jefe de Endesa o algo así, pero no pudieron porque no tenía el bachillerato por su culpa y además no sabía mecanografía ni WordPerfect.
Luego los reyes magos trajeron la democracia y el Scalextric y él se puso un sueldo de diputado, en vez de renunciar al mismo y dárselo a los pobres como siempre han hecho todos los cargos públicos de todos los partidos. Renunció a la bandera republicana y a pedir cuentas a quien hubiera que pedírselas con tal de que no se liara todo el mundo a tiros otra vez. Pero eso en la tele, porque por las noches les mandaba anónimos a todos los generales que ponían "tonto el que lo lea" firmados por "la mano negra".
Como quería seguir siendo más rojo que nadie al final lo echaron del PCE y se montó otro partido, menos conocido que Einstein en el parking de Central, por lo que todos sus miembros se apuntaron al PPSOEL, menos él porque le daba corte.
Ya al final de su vida, el año pasado, acudió como público a un acto de un "sindicato mayoritario". Un señor con el pelo blanco y pinta de banquero hablaba en la tribuna forzando las pausas. Le faltaba decir "ahora toca aplaudir". En ocasiones hasta le habían pitado tímidamente cuando hizo referencia a las bondades de pactar con la patronal. Entonces las cámaras enfocaron a Don Santiago y salió en las pantallas gigantes y va todo el mundo y se pone de pié a aplaudirle, dejando al orador con un palmo de narices. Es lo que tienen los rojos, que no saben a quién les conviene aplaudir.
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